sábado, 17 de enero de 2015

Una foto

Llevaba esperando más de una hora cuando por fin la llamaron. Guardó con mimo su ebook en el bolso, se ajustó el cuello de su camisa estampada de la suerte, recogió su abrigo doblándolo bajo el brazo, se puso en pie, y con una sonrisa, sin mediar palabra, se despidió del resto de personas que quedaban en la sala, mientras ella caminaba con paso firme pero al mismo tiempo disimulando sus dedos cruzados en ambas manos, siguiendo a la enfermera que la acompañaba por el pasillo del hospital hasta la consulta de su doctora, la misma que hacía ahora cinco años le había comunicado que padecía cáncer.

Durante aquellos últimos cinco años de continuos tratamientos y revisiones, Helena nunca había dejado de trabajar, a pesar de la cantidad de personas, empezando por sus padres y su hermano, que le habían sugerido y casi rogado que lo dejara, al menos en aquellos periodos de lucha más complicados, cuando las fuerzas apenas eran las justas para levantarse de la cama. Pero precisamente cuando esto sucedía, mayor entonces era el deseo de Helena por seguir sintiéndose viva, y eso era algo que sólo lograba al completo desarrollando su trabajo, como directora en el centro de estética que ella misma había abierto en Barcelona, empeñando en él todos sus ahorros, tres años antes del inicio de su enfermedad y que en sólo ese tiempo, se había transformado en uno de los más reconocidos centros de tatuajes y de arte en el cuerpo, como a ella le gustaba referirse cuando hablaba de su trabajo. Porque era así como en definitiva Helena se veía: como una artista.

Al entrar en la consulta, la doctora que en ese momento se encontraba hojeando unos informes, se levantó como un resorte de su asiento para estrecharle la mano al tiempo que la invitaba a sentarse. A Helena, que era una persona tan intuitiva como creativa, no le hizo falta esperar a que los labios de la doctora confirmaran lo que sus ojos ya le habían anticipado: estaba completamente curada.

Cuando las hojas de la puerta automática de cristal del centro médico se abrieron y puso sus pies en la calle, Helena se giró y contempló cómo éstas volvían a cerrarse. Ella, que siempre había vivido la vida disfrutando con la máxima intensidad el presente con la ilusión de que éste sirviera además para brindarle un futuro mejor, en esta ocasión, quiso mirar lo que desde ese preciso instante quedaba enterrado en el pasado. Se volvió de nuevo a la calle, sintió cómo el aire le besaba el rostro y aquel beso le recordó el de su primer amor.

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