Llevaba esperando más de
una hora cuando por fin la llamaron. Guardó con mimo su ebook en el bolso, se
ajustó el cuello de su camisa estampada de la suerte, recogió su abrigo
doblándolo bajo el brazo, se puso en pie, y con una sonrisa, sin mediar
palabra, se despidió del resto de personas que quedaban en la sala, mientras
ella caminaba con paso firme pero al mismo tiempo disimulando sus dedos
cruzados en ambas manos, siguiendo a la enfermera que la acompañaba por el
pasillo del hospital hasta la consulta de su doctora, la misma que hacía ahora
cinco años le había comunicado que padecía cáncer.
Durante aquellos últimos
cinco años de continuos tratamientos y revisiones, Helena nunca había dejado de
trabajar, a pesar de la cantidad de personas, empezando por sus padres y su
hermano, que le habían sugerido y casi rogado que lo dejara, al menos en
aquellos periodos de lucha más complicados, cuando las fuerzas apenas eran las
justas para levantarse de la cama. Pero precisamente cuando esto sucedía, mayor
entonces era el deseo de Helena por seguir sintiéndose viva, y eso era algo que
sólo lograba al completo desarrollando su trabajo, como directora en el centro
de estética que ella misma había abierto en Barcelona, empeñando en él todos
sus ahorros, tres años antes del inicio de su enfermedad y que en sólo ese
tiempo, se había transformado en uno de los más reconocidos centros de tatuajes
y de arte en el cuerpo, como a ella le gustaba referirse cuando hablaba de su
trabajo. Porque era así como en definitiva Helena se veía: como una artista.
Al entrar en la consulta,
la doctora que en ese momento se encontraba hojeando unos informes, se levantó
como un resorte de su asiento para estrecharle la mano al tiempo que la
invitaba a sentarse. A Helena, que era una persona tan intuitiva como creativa,
no le hizo falta esperar a que los labios de la doctora confirmaran lo que sus
ojos ya le habían anticipado: estaba completamente curada.
Cuando las hojas de la
puerta automática de cristal del centro médico se abrieron y puso sus pies en
la calle, Helena se giró y contempló cómo éstas volvían a cerrarse. Ella, que siempre
había vivido la vida disfrutando con la máxima intensidad el presente con la
ilusión de que éste sirviera además para brindarle un futuro mejor, en esta
ocasión, quiso mirar lo que desde ese preciso instante quedaba enterrado en el
pasado. Se volvió de nuevo a la calle, sintió cómo el aire le besaba el rostro
y aquel beso le recordó el de su primer amor.
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