A Uriel le encantaba
escribir historias fantásticas, que luego leía en el colegio a sus amigos
durante el recreo. Sus padres, como premio a las buenas notas que había sacado,
le acababan de regalar una espectacular tableta con la que podría seguir escribiendo
directamente en ella sus historias, sin necesitad de usar nunca más la pluma
del abuelo. "¡Es una pluma mágica!", le había dicho éste al
regalársela cuando Uriel aprendió a escribir.
Uriel estaba ansioso por
estrenar su tableta, por lo que nada más sacarla de la caja, la encendió y se
sentó en su mesa de estudio para empezar a escribir una nueva historia. La
pantalla de la tableta era bastante más pequeña que las hojas de los cuadernos
que solía utilizar. Uriel la rozó con sus dedos y al instante la pantalla se
iluminó apareciendo en ella un teclado. De repente Uriel sintió algo extraño
que le hizo retirar sus manos hacia atrás: ¡no se le ocurría nada que escribir!
Miró fijamente la brillante pantalla en blanco y volvió a intentarlo, sintiendo
al momento la misma sensación: ¡nada!
Pasaron así varios días y
Uriel seguía sin escribir nada en su reluciente tableta. En el colegio, a la
hora del recreo, se escondía de sus amigos porque éstos le pedían que les
leyera alguna de sus historias y él no tenía ninguna nueva que leerles. No
podía entender qué le estaba pasando.
Una tarde, después de acabar
sus deberes, no sin miedo, Uriel se decidió nuevamente a encender su tableta
para intentar escribir lo que fuera. No podría seguir escondiéndose el resto
del año de sus amigos. Sin embargo, al pulsar el botón de encendido, la tableta
no se inmutó. ¡Se había descargado! Y eso no era lo peor: lo peor era que se
había dejado el cargador en el colegio. ¿Qué podía hacer ahora? Miró entonces
el cajón de su mesa de estudio y recordó la pluma del abuelo.
Al abrir el cajón, la
encontró tal cual la había dejado. Sacó uno de sus cuadernos y tras suspirar ya
casi resignado a un nuevo fracaso, quitó el tapón a la pluma y al momento
sintió que un cosquilleo recorría su cuerpo. Un cosquilleo que conocía muy
bien: el mismo que sentía justo antes de escribir una de sus historias.
Realmente era una pluma mágica como le había dicho su abuelo. ¡Qué mejor
historia para escribir que aquella!