viernes, 6 de marzo de 2015

El Taxi

-¡Al aeropuerto!, por favor.

Al oír la orden, el conductor del taxi examinó con más detalle por el espejo retrovisor, el aspecto de aquel hombre recién entrado en su vehículo y que ni siquiera le había dado los buenos días. Nada de lo que en él vio le llamó sobremanera la atención: típico ejecutivo con prisa y otro más de los que transformaban algo tan simple como abrocharse el cinturón en una auténtica batalla.

-¡Allá vamos! -se limitó a responder, al tiempo que arrancaba el motor y ponía en marcha el taxímetro

En el asiento de atrás, Javier leía el último whatsapp recibido: "Kdms st sbd pra cnar ls 4?".
"¡Dichoso Rubén!, con sus mensajitos abreviados como si tuviera veinte años ¿Quedar los cuatro?: lo dudo", respondió para sus adentros mientras en sus labios se dibujaba una mueca, mezcla de ironía y sarcasmo. Guardó su móvil en la funda sin responder a su amigo. Ya lo haría más tarde con cualquier excusa que se le ocurriera. Tampoco quería ahora dar muchas explicaciones, porque para empezar ni él mismo todavía se lo explicaba. Primero la sorpresa por lo inesperado de lo ocurrido y después, el consiguiente disgusto, le impedían tener aún la mente lúcida para ello.

-¿Qué perfume usa? -creyó entender que le preguntaba el taxista.
-¿Perdón? -respondió sorprendido ante tan extraña pregunta.
-No, que le decía que qué perfume usa usted. Es Massimo Dutti, ¿verdad? Es que mi mujer siempre me regalaba Massimo Dutti, hasta que un día le dije "¡regálame por Dios otra colonia mujer!, ¡que estoy del Dutti este hasta los güevos! Y no es que me disgustara, pero es que a uno le gusta de vez en cuando cambiar de colonia; ya que no se puede cambiar de mujer... ¿no le parece? -sentenció con una carcajada creyendo haber dicho algo gracioso-. ¿A usted también se la regalan?
-¿Le importa subir el volumen de la radio? -cortó Javier como si no hubiera escuchado la última pregunta. "¡Otro taxista con ganas de hablar!", pensó con desesperación. No fallaba: siempre le tocaba uno. Y lo que menos necesitaba aquella mañana gris, más gris si cabe que nunca, era un taxista con ganas de hablar. "En cuanto llegue al aeropuerto me compro una colonia nueva", decidió.

El taxista hizo lo que Javier le había pedido. En la radio, justo en ese momento, un hombre y una mujer intercambiaban pareceres sobre la nueva propuesta de ley que acababa de presentar esa semana el Gobierno, relativa a la adopción de niños por parte de parejas homosexuales y con la que a priori se agilizarían los trámites para dicha adopción. "¿Dónde habría dormido Rober aquella noche?", no pudo evitar interrogarse.

-¿Qué le parece? -le volvió a interrumpir en sus pensamientos el taxista-. Yo lo siento, pero hay cosas que no puedo aceptar. Y que conste que a mí me da igual lo que cada uno haga con su vida; que yo no tengo ningún problema... Pero eso de adoptar a un niño... ¡Hombre, por Dios! ¿Dónde se ha visto? Ese niño, ¿qué educación va a recibir? Porque...
-¡Pare aquí por favor! -gritó casi Javier, desabrochándose el cinturón como si fuera a saltar del coche en marcha.
-¿Cómo dice?; pero si aún estamos muy lejos del aeropuerto. -trató de explicar el taxista sin entender muy bien lo que estaba pasando.
-¡Por favor pare aquí! -insistió Javier sacando de su bolsillo de la chaqueta la cartera con la que pagar.
-Como quiera -aceptó resignado el taxista-. Son siete cuarenta.
-¡Tenga!; quédese con el cambio.

Ya de nuevo en mitad de la calle, Javier intentó recuperar el control de su respiración. Era de lo poco que le había servido de sus clases de Yoga, a las que iba con Rober desde que éste se había empecinado en que se apuntaran. "A ver con quién irá ahora. Tal vez con Samuel, que seguro que encima se ofrecía gustosamente de hombro para sus lágrimas. ¡Menudo bicho! Pero ya veríamos qué opinaba Rubén de eso. Sí: por si acaso tendría que decirle ya lo de Rober". Estaba resuelto a hacerlo en ese preciso instante, cuando vio otro taxi acercarse con la luz verde. Realizó entonces una última respiración profunda y levantó el brazo.

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