Calcetines
Blancos era el gato más pequeño que vivía en el puerto. En realidad, todavía
era un gatito. Al poco de nacer, su mamá desapareció y nunca más había vuelto a
saber de ella. Gracias a la ayuda de una gata muy anciana y muy buena, que se
llamaba Luna Nueva, Calcetines Blancos había logrado sobrevivir. La vida en el
puerto, donde vivían un montón de perros vagabundos y hambrientos, estaba llena
de peligros para cualquier gato, y mucho más si se trataba de un pobre gatito
abandonado como él. Pero por fortuna, Luna Nueva había conseguido mantenerlos siempre
a raya.
Una
noche de tormenta, a pesar del mal tiempo, Luna Nueva había salido sola a
buscar algo de comida para la cena, dejando a Calcetines Blancos bien escondido
en el interior de una caja de madera. El gatito estaba tan cansado, que con el
sonido de la lluvia se quedó al poco dormido. Cuando se despertó, todavía era
de noche, pero Luna Nueva aún no había regresado. Le extrañó que tardara tanto,
pero decidió no moverse de su guarida, tal y como le había indicado Luna Nueva,
y al poco, se volvió a quedar dormido.
Se
despertó ya con la claridad del amanecer y fue entonces, al comprobar que
seguía solo, cuando de verdad temió que algo malo le hubiera podido pasar a
Luna Nueva. ¿Qué podía hacer? Ella le había insistido en que no se moviera de
aquel lugar, pero también le había dicho que volvería pronto... Calcetines
Blancos asomó entonces su cabecita fuera de la caja, miró que no hubiera ningún
perro a la vista y de un salto salió de su escondite. Tenía que ir a buscar a
Luna Nueva. ¿Pero dónde?; ¿y podría alguien ayudarle?
Lo
primero que hizo fue buscar en aquellos sitios donde recordaba que habían
dormido los últimos días. Sin embargo, después de haberlos recorrido todos, no
había en ninguno ni rastro de Luna Nueva. Era como si se la hubiese tragado la
tormenta.
Desesperado,
decidió pedir ayuda a otros gatos que conocía, de verlos a diarios por el
puerto, pero con los que nunca había hablado, porque Luna Nueva no les tenía en
absoluto simpatía. Decía de ellos que eran unos vagos, que lo único que sabían
hacer era estar todo el día tumbados, lamiéndose las patas y rascándose los
bigotes. Y que por si esto fuera poco, eran además unos egoístas, que acababan
siempre peleándose porque eran incapaces de compartir ni una sola sardina.
Precisamente, cuando Calcetines Blancos se acercó a ellos para preguntarles, se
dio cuenta de que estaban en una de esas disputas, por lo que no sólo no le
hicieron ningún caso, sino que le insultaron por interrumpirles.
Probó
entonces con unas gaviotas que estaban un poco más lejos, comiendo restos de
pescado a toda prisa, antes de que los gatos o peor aún, algún perro, pudiera
poner fin a su desayuno. Tampoco tuvo suerte con ellas, pues eran nuevas en el
puerto y ni siquiera sabían quién era Luna Nueva.
Calcetines
Blancos comenzaba a sentirse muy fatigado después de horas corriendo de aquí
para allá, saltando entre bidones de combustible y cajas de madera vacías,
buscando uno por uno en el interior de cada bote amarrado al puerto,
escondiéndose entre las redes de pesca cuando veía a algún perro aproximarse. Y
encima estaba hambriento pues no había comido nada desde el día anterior.
Estaba
a punto de rendirse, cuando de repente, dos siluetas aparecieron por detrás de
unos contenedores de basura. Calcetines Blancos sintió al instante cómo se le
erizaban todos sus pelitos. ¡Por todas las pulgas!: ¡no podía ser verdad! Se
frotó con una de sus patas los ojos y volvió a mirar a aquellas siluetas, que
nada más verle, habían echado a correr hacia él. Por increíble que pudiera
parecerle, Calcetines Blancos no se había equivocado: la silueta de Luna Nueva
era una de las dos que había reconocido. Pero eso no era lo más increíble. Lo
que de verdad resultaba imposible de creer era quién acompañaba a Luna Nueva:
¡era su mamá!
Después
de recibir un millón de mimos de su mamá, Calcetines Blancos supo lo que había
ocurrido. La noche anterior, Luna Nueva se había encontrado con una vieja amiga
que estaba de visita por el puerto. Hablando, esta amiga la había contado de
una pobre gata que conocía, que hacía unos meses había sido capturada por unos
humanos, habiendo dejado abandonado muy a su pesar a su único gatito: una preciosa
bolita, toda negra como el carbón, menos en sus pequeñas zarpas, que parecían que
llevaran puestas, cuatro calcetines tan blancos como la nieve. Con esa
descripción, Luna Nueva no tuvo ninguna duda y le pidió a su amiga que le
llevará al lugar donde aquella gata estaba encerrada. Según le contaron a
Calcetines Blancos, la fuga no había sido nada fácil, pero al final lo habían
conseguido. ¡Y vaya si lo habían conseguido! Porque no hay nada en el mundo que
pueda detener a una mamá, cuando sabe que su pequeño la necesita.
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