jueves, 28 de mayo de 2015

Carla y Hugo Juegan al Escondite (Relato para niños)



Carla y Hugo jugaban alegremente en el recreo al escondite. Carla no sabía cómo, pero Hugo acababa siempre por encontrarla, mientras que a ella, le costaba horrores dar con él, cuando era su amigo quien se escondía. Era precisamente ese el motivo por el que Hugo prefería jugar con Carla al escondite. Porque en el resto de juegos, era ella la que siempre le ganaba. 

Mientras contaba de nuevo apoyada en una pared, de espaldas al patio, Carla en su cabecita, maquinaba cómo ingeniárselas para por primera vez, ser ella la que le encontrara. ¿Dónde se habría escondido en esta ocasión?: ¿detrás de la papelera?, ¿tal vez debajo del tobogán?, ¿quizás dentro de la casita de madera?...

Se le ocurrió entonces una forma de hacer que Hugo se descubriera a sí mismo. Así, cuando finalizó la cuenta, fingió que comenzaba a buscarle, pero de improviso, se dejó caer al suelo, como si se hubiera desmayado. Nada más lejos de la realidad, porque mientras permanecía tirada en suelo, con los ojos entreabiertos, en realidad esperaba paciente a que su plan diera resultado. ¡Y así fue! Hugo, que desde su escondite se quedó boquiabierto viendo cómo Carla caía desplomada, salió corriendo hacia ella, lo que fue aprovechado de inmediato por Carla, para levantándose de un salto, tocar en la pared gritando: ¡por Hugo!

El pobre Hugo no se lo podía creer. En un segundo pasó de la preocupación al mayor de los enfados. Su amiga le había dado un susto de muerte y aquello no tenía ninguna gracia. Carla, que vio en la cara de Hugo, primero la expresión de pánico con la que corrió a su encuentro y luego la de enojo, se dio cuenta de que se había comportado muy mal.

Arrepentida, le pidió perdón al tiempo que le daba un beso en la mejilla y le preguntaba si quería un vaso de agua. Recordaba que su madre siempre le daba un vaso de agua cuando ella se llevaba un buen susto. Hugo aceptó el ofrecimiento, porque además tenía sed. Carla corrió entonces a por un par de vasos de agua. Llevaban un buen rato jugando y no habían bebido nada hasta entonces, así que ella también estaba sedienta.

Los dos niños se sentaron saboreando el agua fresca y de paso, descansando un poco y retomando fuerzas, pues todavía faltaban algunos minutos para volver a clase. Carla, al acabar su vaso, sintió entonces que con el agua, se le había abierto también el apetito. Lo peor era que precisamente ese día, a su mamá, se le había olvidado meterle en la mochila, el bocadillo para el recreo.

Y justo el momento en el que Hugo, al que ya se la había pasado el enfado, le ofrecía un pedacito de su bocadillo, Carla oyó una voz que reconoció al instante:
-¡Mami! -gritó corriendo hacia la valla que rodeaba el patio del recreo, mientras su madre, con una sonrisa de oreja a oreja, sacaba del bolso, su bocadillo.
Carla lo desenvolvió a toda prisa y su sorpresa fue aún mayor cuando vio lo que había dentro del pan:
-¡Nocilla!
Dio un beso de despedida a su mamá y corrió de nuevo hacia Hugo. 
-¿Quieres un poco? -le dijo.
Hugo sonrió y comió un buen bocado.
-¡Venga Carla! Te toca esconderte.
-No Hugo. Me toca volver a contar. Antes hice trampas. Te prometo que nunca más las haré.
Y con el bocadillo en una mano y con la otra tapándose los ojos, Carla inició de nuevo la cuenta:
-Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... ¡Allá voy!



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