miércoles, 27 de mayo de 2015

Más de doscientos gatos... y Remolón (Cuento para niños)



En una casa, tan maravillosa como un palacio y tan grande como un castillo, vivía una hermosa joven, Beatriz, en compañía de sus más de cien gatos. En realidad, sólo ella sabía con exactitud cuántos eran. A cada uno de ellos les había puesto nombre y los reconocía a todos, sin equivocarse jamás.
Día tras día, antes de irse a dormir, uno tras otro, todos los gatos saltaban a su cama para darle el lametazo de buenas noches, a lo que Beatriz con un beso respondía:
-Buenas noches Lucero..., buenas noches Raspas..., buenas noches Nube..., buenas noches Esmeralda..., buenas noches Chispitas..., buenas noches Negrito..., buenas noches Sisí... y así, del primero al último. Y ese último, día tras día, era siempre el mismo: Remolón.

Una noche de tormenta, cuando Beatriz estaba en la cama, recibiendo los lametazos de sus gatos, ocurrió algo inesperado:
-... buenas noches Tigre..., buenas noches Buenín..., buenas noches Boss..., buenas noches Remolón... ¿Remolón?... ¡Remolóóóón!
Pero Remolón no respondía. Beatriz, desesperada, buscó por todos los rincones de la casa sin dar con él. Angustiada, salió al jardín, llamándole en mitad de la tormenta sin recibir respuesta.
Preocupada, volvió a la casa y dijo a sus gatos:
-Iros ahora mismo a dormir. Mañana, con el primer rayo de sol, saldremos todos en búsqueda de Remolón.
Beatriz se pasó toda aquella noche dibujando en pequeños trozos de papel, el retrato de Remolón y debajo de éste, su número de teléfono junto al nombre del gato. Cuando todos los gatos estuvieron despiertos, les dio a cada uno de ellos un trozo de papel y les dijo:
-Llevad por todas partes el retrato de Remolón y dejadlo en un lugar bien visible, para que así, si alguien lo reconoce, pueda avisarnos.
Los gatos hicieron lo que Beatriz les había pedido y llenaron los caminos y los bosques con el retrato de Remolón. Sin embargo, pasaron los días, y Remolón seguía sin aparecer. En la casa, los gatos y Beatriz estaban cada vez más tristes y comenzaban a creer que no volverían a ver a Remolón.

Una mañana muy temprano, cuando ya casi habían perdido toda esperanza, Beatriz oyó sonar su teléfono. El corazón le dio un vuelco, porque no era normal que alguien llamara tan temprano.
-¿Diga? -contestó al teléfono-. ¿Cómo?... ¿De verdad?... ¡Sí, se llama Remolón!... ¡Ahora mismo voy a buscarlo!... ¿Me puede dar su dirección?
Beatriz no cabía en sí de alegría. ¡Remolón había aparecido! Un señor le acababa de llamar para decirle que había reconocido, gracias a uno de sus retratos, a un gato, que en una noche de tormenta, había llegado a su casa, y que dado que él tenía también más de cien gatos, decidió quedarse con él.
Beatriz comunicó de inmediato la feliz noticia a sus gatos, quienes al oírla, estallaron en maullidos de alegría.
-No os mováis de casa hasta que no vuelva con Remolón -les dijo antes de salir.
Cuando Beatriz llegó a la dirección que había apuntado, se encontró delante de una preciosa casa, rodeada por un florido césped, en el que jugaban tantos gatos que Beatriz no podía contarlos. Llamó al timbre y al abrirse la puerta, un apuesto joven apareció ante ella.
-Buenos días, tú debes de ser Beatriz -le dijo con una amplia sonrisa, mientras le tendía la mano-. Yo soy Félix.
-¡Encantada! -respondió Beatriz estrechándole la mano.
-¡Pasa! -le invitó Félix-. Remolón está tumbado en el sofá del salón. Desde que llegó no se mueve de él, nada más que para salir a tomar un poco el sol y estirar la patas.
Beatriz siguió a Félix por el pasillo hasta llegar al salón, donde tal y como él le había dicho, se encontró con Remolón, quien nada más verla, se lanzó a sus brazos.
-¡Remolón! -gritó Beatriz llorando de alegría- ¡Qué susto nos has dado!
Beatriz se despidió de Félix, dándole las gracias e invitándole a que fuera al día siguiente a su casa a tomar el café, y que por supuesto, no dejara de llevar con él a todos sus gatos.

Y así fue como Félix y sus más de cien gatos comenzaron a visitar a Beatriz y los suyos, hasta que un buen día, el apuesto joven y la hermosa mujer decidieron casarse. Y desde entonces fueron muy felices en compañía de sus más de doscientos gatos. En realidad, sólo los jóvenes esposos sabían con exactitud cuántos eran en total. Y día tras día, antes de irse a dormir, uno tras otro, todos los gatos saltaban a su cama para darles a los dos el lametazo de buenas noches, a lo que ellos con un beso respondían a coro:
-Buenas noches Príncipe..., buenas noches Lunita..., buenas noches Campanilla..., buenas noches Tragoncete..., buenas noches Rayas..., buenas noches Lulú..., buenas noches Primavera... y así, del primero al último. Y ese último, día tras día, era siempre el mismo: Remolón.

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